sábado, 9 de noviembre de 2013

Milagros...



Milagros… no pido milagros. Para  mí vivir es un milagro y es un milagro mi siguiente respiración. Porque veo milagros donde quiera que pongo la mirada no pido nada, y en vez de eso confío y espero. Confío en su bondad infinita, en su inteligencia, en su amor… Y espero lo mejor para mí, aunque de momento no sea capaz de advertirlo.
La vida cambia cuando se empieza a pensar así. Cuando se comprende que cada uno de nosotros es ya de por si un milagro. Cuando deja de uno de pedir y se empieza a disfrutar de lo que se tiene. Cuando deja uno de buscar y se concentra uno en vivir… Cuando están de más las explicaciones y las teorías y la existencia se llena de divinas pequeñeces.
Vivir, eso es todo. Vivir cada día con sus afanes y sus problemas…  Vivir cada día con sus bellezas escondidas, con sus minúsculas alegrías, con sus insignificantes milagros.
No espero que llueva fuego del cielo, o que se separen los mares… Me basta con ver sonreír a un niño de ocho meses, volar una mariposa, mantener viva una esperanza...
Los milagros nos rodean. Abre bien los ojos y empieza a buscarlos, a descubrirlos… a agradecerlos…

Buscar...



No niego a las religiones, sigo buscando… Espero algún día encontrar el camino verdadero, y seguirlo con la determinación férrea con la que ahorita sigo este.
Pero para mí la religión verdadera debe cumplir algunos requisitos, y hasta ahorita ninguna de las que he analizado los cumple.
Y no son difíciles, más bien lógicos. Por ejemplo uno de los requisitos indispensables es el que yo llamo “de no exclusividad”.  La religión verdadera no se considera única, o de lo contrario cae en la soberbia y eso no puede ser algo digno de ninguna religión.
Y eso, de manera automática, deja fuera a muchas de las religiones actuales, sino es que a todas… Esas religiones que atan, que esclavizan, me desesperan. La sicología me ha enseñado que muchas de esas ceremonias tumultuarias, de esas sesiones de cantos frenéticos, de esas maratónicas lecturas de la biblia, pueden ser tomadas como efectivas maneras de realizar algo muy parecido a lo que se conoce como lavado mental… Llega el momento en que el cerebro, ante esa avalancha de sensaciones y estímulos, se bloquea, se cierra cada vez más, y ya no es capaz de admitir algo contrario a lo que le han repetido hasta la saciedad por lógico que sea… Eso no me parece justo.
Y por eso huyo y me escondo de esas religiones…
No pueden, de ningún modo, ser verdaderas. Un Dios tan grande como el mío no necesita de tantos circunloquios. Ama la sencillez. 

Jesús



Creo en un solo Dios, pero también en Jesús. No puedo negarlo como personaje histórico que es, como no puedo negar a Mahoma o a Buda. Pero prefiero creer en un Jesús humano más que divino. Un Jesús alejado por completo del que los evangelios nos muestran. Me agrada más así. Un Jesús que ríe a carcajadas, que hace bromas, que disfruta de la vida en cada instante. Y que asegura que no vino a instaurar una iglesia porque “el amor une, pero las iglesias dividen”.
No sé, pero considero lo más natural el verlo de chico ayudando a un José fuerte, lejos del ancianito barbado que veo en los nacimientos, y jugando con sus hermanos mayores y menores. La idea de la virginidad de María me chocó desde un principio, y hoy considero lo más natural el que eso no sea más que una manipulación cristiana de la verdadera historia. Qué necesidad de añadir ese “prodigio” a un hecho de por si tan prodigioso. Por eso me agrada imaginármelo correteando a Judá, el mayor de sus hermanos, o guiando los pasos de la hermana menor, Ruth, la “pequeña ardilla”. Un Jesús que no vino a enseñarme a morir sino a enseñarme a vivir.
Un Jesús que sabe muy bien que nuestra existencia diaria es un regalo, y que debemos disfrutarlo, que brinda con el agrio vino de Hebrón diciendo: “Lehaim”… Por la Vida.
Me lo imagino pescando al lado de Pedro, de Andrés, del mismo Juan… y saboreando después unas deliciosas tilapias fritas mientras cantan, ríen y bromean… Y esa imagen me agrada mil veces más que el Cristo de rostro sufriente que veo en los altares.
Y así repito con Joan Manuel Serrat: “No puedo cantar ni quiero, a ese Jesús del madero, sino al que anduvo en la mar”… Mi Jesús no vino al mundo a morir, vino a vivir una vida plena y completa, y eso es lo que nos enseña…

Morir es nacer...



Morir es volver a nacer. Esa es mi fe. Mi Dios es poseedor de una imaginación infinita, y por supuesto que una sola vida no me satisface. Es, por decirlo así, demasiado corta… Y hay tanto por hacer, por ver, por disfrutar…
Tampoco creo en la reencarnación, aunque confieso que un tiempo simpaticé con esa idea. Hoy no creo que al morir volvamos a este mismo mundo. Insisto, Dios es demasiado grande, y debe haber pensado alguna otra solución… Más bien lo que creo es que volveremos a vivir en otros mundos, en otras dimensiones es quizás más correcto… Moriremos de nuevo, y la historia se repetirá en sucesivos estados evolutivos hasta ser finalmente iguales a Él.
Dicen por ahí que cuando un niño nace cree que va a morir. Y nada es más lógico. Está en un sitio cómodo, tranquilo, no necesita de nada, y de buenas a primeras es arrojado a un cruel exterior… Y sin embargo, una vez pasada la primera impresión, que enorme diferencia… Es algo inconcebible.
Y para mí así es morir… Volver a nacer no sé dónde, ni me preocupa. Mi Dios es inmenso, y algo debe de tenerme preparado; algo bueno, tan bueno como ese enorme cambio entre el bebé dentro del vientre materno y el individuo que vive su vida entre nosotros.
No temo morir. No se cómo será, pero sí sé que Dios estará conmigo en esos momentos… y que al despertar un nuevo mundo se extenderá ante mis asombrados ojos, un mundo tan diferente a este que es imposible imaginarlo…

A su imagen y semejanza...



Creo que al contrario de lo que el génesis dice es más bien el hombre quien hace a Dios a su imagen y semejanza. Y así los guerreros se fabrican un Dios guerrero, y los necesitados un Dios todopoderoso, un Dios al qué pedirle para poder esperar cómodamente…
Mi Dios no es recargadera. Mi Dios no satisface necesidades. Es la vida misma con su maravillosa complejidad quién se encarga de todo esto. Dios únicamente supervisa.
Por eso cuando rezo no pido, agradezco. No tiene caso pedir nada si Él sabe mejor que nadie lo que necesito, y eso es lo que voy a recibir, aunque tal vez de momento no alcance a comprenderlo.  Se bien que, más tarde o más temprano, aquí o en otros mundos, recibiré las respuestas, y mientras tanto espero en paz…

Acerca del pecado



No creo en el pecado, creo en una ley natural que castiga la maldad y enaltece al bien… Creo que matar es malo, no porque Dios lo diga sino por el mero hecho de que no soy nadie para privar de la vida a otra persona… Creo que es la propia maldad la que se revierte contra quién la practica. Creo que Dios es quién nos regala todo, y por eso creo que debemos respetarnos. Pero no creo en que sea Él quien nos castigue. Más bien quiero pensar que no hay acción sin reacción, y que si le hago mal al mundo nada más lógico que recibir también mal.
Hay excepciones, asesinos que viven en santa paz, crueldades al parecer impunes… Pero no considero necesario devanarme la cabeza tratando de resolver esos asuntos. Las dejo en sus manos. En este mundo hay infinidad de cosas que no entiendo, y sería un acto de soberbia tratar de encontrarles una explicación. Él sabe por qué suceden las cosas, y no necesito saber más…
Pero lo que si se, y nadie puede convencerme de lo contrario, es que Él no es un Dios que castiga, no es justiciero, no es vengativo. Si lo fuera ya no sería digno de ser llamado Dios.