Creo en un
solo Dios, pero también en Jesús. No puedo negarlo como personaje histórico que
es, como no puedo negar a Mahoma o a Buda. Pero prefiero creer en un Jesús
humano más que divino. Un Jesús alejado por completo del que los evangelios nos
muestran. Me agrada más así. Un Jesús que ríe a carcajadas, que hace bromas,
que disfruta de la vida en cada instante. Y que asegura que no vino a instaurar
una iglesia porque “el amor une, pero las iglesias dividen”.
No sé, pero
considero lo más natural el verlo de chico ayudando a un José fuerte, lejos del
ancianito barbado que veo en los nacimientos, y jugando con sus hermanos
mayores y menores. La idea de la virginidad de María me chocó desde un
principio, y hoy considero lo más natural el que eso no sea más que una
manipulación cristiana de la verdadera historia. Qué necesidad de añadir ese
“prodigio” a un hecho de por si tan prodigioso. Por eso me agrada imaginármelo
correteando a Judá, el mayor de sus hermanos, o guiando los pasos de la hermana
menor, Ruth, la “pequeña ardilla”. Un Jesús que no vino a enseñarme a morir
sino a enseñarme a vivir.
Un Jesús que
sabe muy bien que nuestra existencia diaria es un regalo, y que debemos
disfrutarlo, que brinda con el agrio vino de Hebrón diciendo: “Lehaim”… Por la
Vida.
Me lo
imagino pescando al lado de Pedro, de Andrés, del mismo Juan… y saboreando
después unas deliciosas tilapias fritas mientras cantan, ríen y bromean… Y esa
imagen me agrada mil veces más que el Cristo de rostro sufriente que veo en los
altares.
Y así repito
con Joan Manuel Serrat: “No puedo cantar ni quiero, a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en la mar”… Mi Jesús no vino al mundo a morir, vino a vivir
una vida plena y completa, y eso es lo que nos enseña…
No hay comentarios:
Publicar un comentario