Morir es
volver a nacer. Esa es mi fe. Mi Dios es poseedor de una imaginación infinita,
y por supuesto que una sola vida no me satisface. Es, por decirlo así,
demasiado corta… Y hay tanto por hacer, por ver, por disfrutar…
Tampoco creo
en la reencarnación, aunque confieso que un tiempo simpaticé con esa idea. Hoy
no creo que al morir volvamos a este mismo mundo. Insisto, Dios es demasiado
grande, y debe haber pensado alguna otra solución… Más bien lo que creo es que
volveremos a vivir en otros mundos, en otras dimensiones es quizás más
correcto… Moriremos de nuevo, y la historia se repetirá en sucesivos estados
evolutivos hasta ser finalmente iguales a Él.
Dicen por
ahí que cuando un niño nace cree que va a morir. Y nada es más lógico. Está en
un sitio cómodo, tranquilo, no necesita de nada, y de buenas a primeras es
arrojado a un cruel exterior… Y sin embargo, una vez pasada la primera
impresión, que enorme diferencia… Es algo inconcebible.
Y para mí
así es morir… Volver a nacer no sé dónde, ni me preocupa. Mi Dios es inmenso, y
algo debe de tenerme preparado; algo bueno, tan bueno como ese enorme cambio
entre el bebé dentro del vientre materno y el individuo que vive su vida entre
nosotros.
No temo
morir. No se cómo será, pero sí sé que Dios estará conmigo en esos momentos… y
que al despertar un nuevo mundo se extenderá ante mis asombrados ojos, un mundo
tan diferente a este que es imposible imaginarlo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario